Dispensarios y gabinetes sanitarios
				En febrero de 1914 se publicó el 
				Reglamento Higiénico de los 
				Ferrocarriles en el que se establecían las 
				pautas que en cuestión de higiene y salud pública debían cumplir 
				las compañías de ferrocarriles. Unos años después, en 1925, fue 
				modificado por el Reglamento Sanitario de Vías Férreas que 
				mantenía buena parte de lo regulado en el anterior y, además, 
				hacía mención a algunas instalaciones sanitarias con las que 
				debían contar las Compañías. El interés que se prestaba a estos 
				edificios radicaba en el cometido que éstos tenían en relación 
				con la salud pública y con la función inspectora que los médicos 
				de las ferroviarias debían realizar al respecto.
				
En el artículo 19 del 
				reglamento sanitario establecía que 
				las estaciones que, por su importancia lo requerían debían 
				contar con instalaciones fijas para la asistencia y cura de 
				enfermos y heridos. Específicamente eran necesarias en 
				estaciones que tuvieran talleres y donde el número de empleados 
				en plantillas fuera superior a 300. En estos casos las compañías 
				debían contar con un local fijo y además, en los anexos se 
				especificaba un modelo en el que se relacionaban los elementos e 
				instrumentos básicos con los que debía contar, y que eran entre 
				otros, mesa de operaciones, lavabo, vitrina o armario botiquín, 
				diverso instrumental y medicamentos básicos y camillas para el 
				transporte de heridos.
				
Por su parte los reglamentos sanitarios de las compañías no 
				solían especificar mucho en relación con las instalaciones 
				sanitarias, limitándose a hacer algunas menciones generales. Por 
				ejemplo, en cuanto a las instalaciones básicas para la atención 
				del personal ferroviario, los reglamentos indicaban que los 
				médicos jefes de sección debían vivir en la cabecera de zona y 
				que debían pasar consulta diaria y en hora fija a los agentes 
				enfermos de la compañía en la oficina sanitaria, o en su 
				consulta si aquella no existiese (tal y como establece el 
				reglamento sanitario de la Compañía MZA). Como veremos más 
				adelante, la situación era variable y convivían estaciones en 
				las que existían despachos propios para el servicio sanitario, 
				con otras en las que la única instalación era la de un botiquín 
				fijo.
				
El 
				Servicio Sanitario de la Compañía de los Ferrocarriles 
				Andaluces, según se indica en su reglamento sanitario de 1929, 
				tenía su sede en la Estación de Málaga, donde contaba con una 
				oficina en la que trabajaba el personal administrativo para la 
				tramitación y despacho de los asuntos generales del servicio, y 
				que era, además, el gabinete sanitario y el almacén central de 
				los medicamentos y efectos sanitarios. Esta instalación fija 
				estaba a cargo del médico jefe o médico principal, mientras que 
				las situadas en otros puntos de la red estaban al cargo de los 
				médicos de sección. En el año 1925 existían varias estaciones de 
				la red que contaban con instalaciones propias para el servicio 
				sanitario, Algeciras, Almería, Bobadilla, Cercadilla, Guadix, 
				Málaga, Puente Genil, Sevilla y Utrera.
				
En el caso de los botiquines, consideradas como instalaciones 
				sanitarias no fijas, todas las estaciones debían contar con 
				algún tipo de botiquín que estaba al cargo de los jefes de 
				estación. En la mayoría de las estaciones de la red debía haber, 
				además camillas numeradas para atender en un momento de 
				necesidad el traslado de cualquier herido.
				
Esta misma organización era la que se indicaba en el 
				reglamento 
				sanitario de la Compañía del Norte que declaraba como material 
				sanitario obligatorio los botiquines con caja de amputación, 
				botiquines sin caja de amputación, las camillas y los aparatos 
				para el examen de la visión.
				
Siguiendo las recomendaciones de las autoridades sanitarias las 
				compañías fueron instalando en las estaciones de la red algunas 
				salas de dedicadas a la atención médica de viajeros y de 
				personal ferroviario. Existen varios ejemplos de solicitudes y 
				proyectos para instalar este tipo de oficinas en las estaciones. 
				
				En 1909 la Compañía de MZA decidió instalar un local dispensario 
				en la estación de Mora la Nueva, un espacio que contaría con dos 
				camas y una sala de operaciones. La necesidad de esta 
				instalación se debía a la instalación de un nuevo depósito de 
				locomotoras en la estación, lo cual hacía presumir la 
				posibilidad de que se produjeran un mayor número de accidentes 
				de trabajo. Por otro lado la situación de la estación, que era 
				un punto importante y concurrido de la línea de Barcelona a 
				Zaragoza, con una importante afluencia de viajeros, reclamaba la 
				existencia de un punto fijo para la atención sanitaria, tanto de 
				los trabajadores como de los viajeros.
				
Otro ejemplo ilustrativo es el de la Compañía de los 
				Ferrocarriles Andaluces que en 1913 decidió instalar en la 
				estación de Utrera, de la línea de Sevilla a Jerez y Cádiz un 
				
				pabellón para el servicio sanitario a tenor del aumento de 
				personal previsto. El local ubicado junto al edificio de 
				viajeros contaba con una sala de espera destinada a los enfermos 
				que se presentaban a consulta y para los lesionados en accidente; 
				la sala de visita u oficina del médico de sección donde se 
				efectuaban las curas y los reconocimientos y un almacén para la 
				conservación de medicamentos y útiles. Y en esta misma compañía en el año 1918, el jefe médico de la 
				sección de Sopeña solicitó la reforma de un local en la estación 
				de Sevilla para instalar el gabinete sanitario de la misma.
				
En los primeros años de su creación 
				Renfe fue organizando sus 
				servicios y departamentos, en el año 1944, establecía las zonas médicas como parte ejecutiva del 
				servicio sanitario, estas se subdividían en cabecera y secciones. 
				En la cabecera de cada zona podía establecerse un sanatorio de 
				traumatología. Los gabinetes sanitarios se debían instalar en 
				todos los talleres de alguna importancia, con más de 300 
				operarios, en los que era obligatorio la existencia de una 
				guardia permanente de un practicante durante las horas de 
				trabajo, además de existir un médico titular del gabinete.
				
Renfe estableció que los poblados ferroviarios en los que no 
				existía un pueblo contiguo a la instalación ferroviaria se 
				preveía el nombramiento de un médico titular con su alojamiento 
				en el que podía pasar consulta.
				
Otro tipo de instalación sanitaria que pusieron en marcha las 
				compañías ferroviarias y que fueran continuadas por Renfe son 
				los dispensarios de asistencia social, no estaban concebidos 
				como una casa de socorro o un dispensario de urgencia, sino para 
				hacer medicina preventiva y atención primaria para los 
				ferroviarios. En 1940 Renfe contaba con dos dispensarios en 
				Madrid, el dispensario número uno en el Paseo de Santa María de 
				la Cabeza y el número dos en el Puente de Vallecas. Estos 
				servicios eran muy demandados por el personal ferroviario y sus 
				familias, la muestra es que en 1943 el dispensario número 1 
				atendió 19.618 servicios y en 1944 aumentaron hasta las 26.789 
				asistencias.
				
A lo largo del tiempo 
				se fueron inaugurando nuevos dispensarios 
				en Bilbao, Oviedo, Huelva y Alcázar de San Juan. En 1952 se puso 
				en marcha un plan para establecer servicios asistenciales de 
				medicina preventiva en distintos sectores de la red por lo que 
				poco a poco se fueron inaugurando estas instalaciones. Todos 
				ellos llevaban nombres de vírgenes, las inauguraciones eran 
				muestras de exhibición por parte del Régimen, se llevaban a cabo 
				actos a los que asistían los altos cargos de Renfe, 
				representantes del ejército y de la iglesia que bendecía las 
				nuevas instalaciones, hay que recordar que en esta labor 
				asistencial, muchas veces el personal sanitario no pertenecía a 
				la empresa si no a diferentes órdenes religiosas a las que el 
				Régimen cedió la asistencial social y sanitaria. En 1952 se inauguraron los dispensarios de Málaga, Sevilla y Valencia. 
				Todos ellos contaban con los elementos fundamentales para poder 
				prestar servicios de medicina general preventiva, higiene 
				prenatal, higiene infantil e higiene antituberculosa y equipos 
				con todo el instrumental necesario, incluidos rayos X. Muchos de 
				estos dispensarios se complementaban con dispensarios móviles 
				construidos en coches ferroviarios que se empleaban para servir 
				las estaciones de la sección a la que se adjudicaban. A lo largo 
				de la década de 1950 se construyeron la mayoría de los 
				dispensarios, En 1955 El Pedroso, Bobadilla, Espeluy, Venta de 
				Baños, Utrera, Albacete, Zamora y Vigo. En 1956 los dispensarios 
				de urgencias en Villagarcia de Arosa, Orduña, Salamanca, Ferrol, 
				Ávila, Busdongo y Pamplona. En 1957 en Cerro Negro, Alicante, 
				León y Vigo y en 1959 el de Barcelona Término.
				
En el año 1974 Renfe realizó una reestructuración de su 
				organización sanitaria y se realizó un estudio sobre la 
				situación de las infraestructuras señalando la necesidad de 
				aumentar las instalaciones. Se proponía la creación de una 
				unidad sanitaria central localizado en Madrid dotada de un 
				servicio de cirugía, un servicio de especialidades que incluyera 
				medicina interna, oftalmología, aparato cardiorrespiratorio, 
				psiquiatría, neurología, otorrinolaringología, aparato digestivo 
				y otros servicios auxiliares como el de radiología, análisis 
				clínicos y anestesia.
				
Se establecerían también unidades sanitarias zonales en las 
				cabeceras de zona, un gabinete sanitario en cada cabecera de 
				sector o taller y gabinetes sanitarios auxiliares en cada 
				residencia de los ATS de sector. Estos gabinetes debían 
				instalarse en edificios independientes, pero cercanos a los 
				edificios de viajeros. El trabajo incluía además un 
				estudio con 
				el estado de las instalaciones en diversas provincias.
				
Hospitales
En el año 1928 la Compañía MZA contaba con unas instalaciones 
				centrales del Servicio Sanitario en Madrid, estaban compuestas 
				por unas oficinas de servicio central que ocupaban cinco 
				habitaciones del edificio número 8 de la calle Pacífico y de 
				otras cinco habitaciones que servían de dispensario de urgencia 
				ubicado en la estación de Atocha. En esta instalación contaban 
				con una pequeña sala de operaciones urgentes, una sala de cura 
				para las consultas diarias, un despacho para el médico de 
				guardia, una instalación de rayos X, un almacén de camillas y 
				utensilios, los aseos y un dormitorio para el practicante de 
				guardia. 
				
En estas instalaciones se prestaba un servicio permanente de 
				asistencia a heridos además de las consultas de las enfermedades 
				comunes. El servicio sanitario reportaba en ese año, que las 
				asistencias médicas a empleados y viajeros habían sido 7.000, 
				dando lugar a unas 21.000 consultas. Se atendía a unos 100 
				agentes diarios con las más diversas lesiones. De los distintos 
				puntos de la red acudían a consultas en el servicio central para 
				diversos tratamientos, esto además de suponer un aumento de 
				trabajo era oneroso para la compañía que tenía que alojar a 
				estos agentes en fondas o incluso en sanatorios particulares. 
				Además, las leyes vigentes obligaban a las compañías, como 
				gestoras y explotadoras de un servicio público, a atender en 
				condiciones los servicios sanitarios, especialmente en los 
				accidentes laborales y la atención de urgencia a los heridos en 
				accidente.
				
Por todo ello en ese mismo año 1928 la Compañía MZA, proyectaba 
				una ampliación de las instalaciones de la estación de Madrid-Atocha 
				y dentro este proyecto tenía cabida la instalación de un espacio 
				específico para el servicio sanitario. El nuevo edificio se 
				ubicaría en el extremo de la estación en la llegada de viajeros, 
				cercano a la Glorieta de Atocha y de la calle Méndez Álvaro, una 
				zona inmediata a la estación, pero relativamente alejada de los 
				ruidos y humos. El edificio tendría cuatro plantas con acceso 
				por la fachada sur.
				
La planta baja del edificio estaría destinada a servicio 
				generales, y en ella estaría se ubicaría el conserje que también 
				guardaba el almacén, tres dormitorios, un comedor, los aseos, la 
				cocina y las despensas. 
				
El patio central acristalado se reservaba para almacén general 
				de materiales de cura. En esta planta estaban colocadas las 
				instalaciones de lavado mecánico y plancha, y la zona de 
				desinfección de ropa con un horno para quemar restos de curas y 
				material infeccioso. En esta zona se ubicaba también un pequeño 
				depósito de cadáveres. Y se completaba con un almacén de 
				camillas y un pequeño taller para la reparación de botiquines.
				
La primera planta estaba destinada a las asistencias inmediatas 
				de los accidentados, a las curas diarias de los hospitalizados, 
				a las consultas médicas del personal, a la exploración 
				radiográfica y a los tratamientos fisioterapéuticos. Contaba con 
				ascensor para las camillas y una amplia sala de espera que 
				también podía utilizarse como sala de clasificación en caso de 
				accidente. Desde ella se entraba en una sala de preoperatorio 
				con camas y aseos que daba acceso a la sala de curas y a una 
				sala de operaciones de urgencias.
				
En esta planta se ubicaba un despacho de enfermería destinada al 
				registro de los accidentados y gestiones documentales necesarias 
				y daba acceso a la consulta del médico de guardia donde se 
				atendían las consultas médicas de los empleados. Existía otra 
				dependencia destinada específicamente para el reconocimiento 
				médico del personal aspirante a agente ferroviario.
				
En otro lado de esta misma planta se encontraba la sala de 
				fisioterapia destinada a los tratamientos por medios físicos (gimnasia, 
				movilización articular, duchas de vapor, tratamientos eléctricos) 
				era una sala amplia en la que se ubicaban numerosos aparatos y 
				en la que se hacían simultáneamente varios tratamientos.
				
Por último también se encontraba en esta planta un botiquín y 
				farmacia, una sala especial para exploración radiográfica, con 
				un laboratorio para revelado de clichés y un despacho para el 
				oculista con cámara oscura para reconocimiento de fondo de ojo.
				
En la planta segunda se ubicaban los servicios administrativos y 
				el servicio central sanitario, con despachos para los médicos y 
				uno para la secretaría con oficina y archivo. Contaba con una 
				sala de reconocimientos de los lesionados o enfermos.
				
La otra mitad de esta planta estaba dedicada a sanatorio 
				quirúrgico que contaba con diez camas, una instalación completa 
				de aseos, más un ropero y una sala de office. La sala de 
				operaciones, especial para el sanatorio quirúrgico, contaba con 
				sala de preparación de los operados y vestíbulo.
				
La tercera planta estaba destinada a las habitaciones de 
				aislamiento para enfermos con alguna patología contagiosa. 
				Aunque contaba con otras cinco habitaciones para heridos y 
				operados, y un para el personal que cuidaba a estos enfermos. En 
				esta misma planta se encontraba un laboratorio clínico con sus 
				dos secciones, química y micrográfica. Y se completaba con un 
				office general con ropero, retretes y una cocina con fregadero, 
				además de un almacén de camas supletorias y otros utensilios.
				
				El hospital contaba con abastecimiento de agua y de gas y con instalaciones de calefacción 
				central.
				
				
				El proyecto fue aprobado por el Ministerio de Fomento en 1929, a partir de dicha fecha se iniciaron las obras, adjudicadas al 
				contratista Roberto Alen, que finalizaron en el año 1933. 
				Quedaron sin ejecutar algunas obras que 
				fueron realizadas posteriormente, así en el año 1940 se solicitó 
				la ampliación y modificación de una de las salas de operaciones, 
				una sala de desinfección de material y el dispensario de ojos. 
				
				Las obras se realizaron y en 1945 ya se encontraban en 
				funcionamiento para atender a los enfermos de la 2ª y 6ª zona de 
				Renfe. En este edificio se ubicó 
				el almacén central que dotaba a los botiquines de trenes y 
				estaciones de gran importancia. En 1951 se inauguró el 
				laboratorio central con tres secciones a cargo de especialistas, 
				la sección clínica, la encargada de los análisis clínicos, y la 
				de análisis de aguas, tanto en su aspecto bacteriológico como 
				químico. Este espacio fue reconvertido con las ampliaciones y 
				modificaciones de la estación de Atocha para instalar oficinas 
				de Renfe.
				
La Compañía de los Caminos de Hierro del Norte también disponía 
				en Madrid de un edificio específico para los servicios 
				sanitarios centrales de la empresa. La casa de salud, como se 
				denominó inicialmente se inauguró en el año 1933, con un 
				edificio de dos plantas y una capacidad de 14 camas. Al terminar 
				el primer año, los resultados obtenidos sobrepasaron los 
				objetivos iniciales, las camas resultaron insuficientes para la 
				demanda y esto llevó a que un año después, el jefe del servicio 
				sanitario presentara a la dirección un estudio para la 
				ampliación de un piso en la clínica de traumatología. 
				
En 1934 se aprobaron las modificaciones propuestas, y en esa 
				misma fecha se inauguraron las nuevas instalaciones pasando a 
				constituir un edificio modelo de tres plantas, con 34 camas, 
				todas en habitaciones individuales, dos salas de operaciones, 
				sala de anestesia, de esterilización, e instalaciones de rayos X 
				y de yesos. Además contaba con un laboratorio, una biblioteca, 
				chorros de vapor, mecanoterapia, fisioterapia y electroterapia, 
				además de contar de un jardín para los heridos. El hospital 
				estaba a cargo de un cirujano jefe, que era el director de la 
				clínica, un jefe de clínica, un radiólogo y dos médicos 
				ayudantes. En ese año se atendieron 558 pacientes en consulta y 
				155 enfermos fueron tratados en la casa de salud, 92 de ellos 
				hospitalizados.
				
Durante la guerra civil el edificio sufrió graves daños y hubo 
				de ser reconstruido y ampliado, en esta nueva modificación el 
				edificio pasó a tener cuatro plantas. En el sótano se instalaban 
				los servicios de fisioterapia y mecanoterapia, con los aparatos 
				para la rehabilitación de las lesiones. También en este piso se 
				encontraba la capilla y los servicios de cocina, lavado y 
				planchado de ropas, almacén de lencería y depósito. En la planta 
				principal se encontraba la sala de espera para los heridos, los 
				despachos de los médicos y dos salas con las camas para los 
				heridos, nueve en cada una con sus respectivos aseos. En la 
				misma planta se ubicaba el cuarto de enfermeras y la sala de 
				curas, el quirófano y un cuarto para la desinfección y otra para 
				yesos. En la siguiente planta se encontraban otras habitaciones 
				para los enfermos y el comedor; y finalmente en la última se 
				encontraba una terraza para baños de sol y tratamientos de 
				electroterapia. 
				
En este periodo, 1941-1942, el equipo médico del centro era el 
				mismo que el que lo gestionaba en 1934, pero en este momento las 
				labores de enfermería y auxiliares lo realizaban las Hermanas de 
				San Vicente. En la memoria de Renfe de 1942, la empresa 
				consideraba que este hospital constituía la organización más 
				perfecta. La misión fundamental de este centro era la asistencia 
				operativa en casos de accidente de trabajo, en el periodo 
				indicado se realizaron 190 operaciones, se atendieron 160 
				fracturas y se atendió a 339 agentes. 
				
El edificio se mantiene actualmente también como sede de los 
				servicios médicos de Renfe y Adif.
				
Estos hospitales se ocupaban sobre todo enfermedades 
				traumatológicas, pero tenían problemas para atender otro tipo de 
				enfermedades, especialmente y en el caso de las infecciosas como 
				la tuberculosis o el tifus, que en este periodo fueron muy 
				comunes entre el personal. Por este motivo Renfe tuvo que firmar 
				convenios con hospitales generales. El primero se firmó en 1943 
				con el sanatorio de San Francisco, mediante este convenio se 
				reservaban ocho camas permanentes para la hospitalización de 
				enfermos asistidos en los dispensarios de la organización que 
				por su mal estado físico y económico necesitaban mayor atención. 
				Aunque en estos primeros años estos sanitarios se ocupaban sobre 
				todo de los enfermos tuberculosos, una enfermedad que fue in 
				crescendo durante muchos años y que hizo que hubiera que 
				aumentar el número de camas en otros sanatorios, Enfermería 
				Victoria Eugenia de Madrid, Sanatorio de Valdelatas y Sanatorio 
				de Alcohote (Guadalajara), Sanatorio de Monte Viejo (Palencia), 
				Sanatorio Flor de mayo (Barcelona), Sanatorio Iturralde 
				(Carabanchel bajo-Madrid), Sanatorio Pedrosa (Santander), 
				Sanatorio Santa Teresa de Ávila. Según se refleja en las 
				memorias del Consejo de Administración, las plazas reservadas 
				pasaron de las 20 que se establecieron en 1944 a 234 en 1952. En 
				1954 consta también la estancia de agentes en algún hospital 
				psiquiátrico y en una leprosería, y algunas estancias de los 
				agentes ferroviarios que lo necesitaran en balnearios, estancias 
				que eran financiadas por la empresa.
				
Otras instalaciones sanitarias
Un aspecto de gran relevancia para las empresas de ferrocarriles 
				estaba relacionado con los temas de higiene y salud pública en 
				las instalaciones, hay que tener en cuenta que el ferrocarril 
				como medio de transporte público y colectivo era un punto de 
				infección y de contagios. El Reglamento Higiénico de los 
				Ferrocarriles (1914) estipulaba que las nuevas estaciones e 
				instalaciones anexas que se construyeran a partir de la 
				publicación del mismo debían ser construidas “a prueba de 
				ratas”, todas las instalaciones donde se almacenasen alimentos 
				debían ser desratizados cada seis meses. Además, normalizaba 
				unas reglas para la limpieza de las estaciones. El piso de los 
				edificios debía realizarse mediante “barrido húmedo” al menos 
				una vez al día; las salas de espera y equipajes, oficinas, 
				talleres, comedores, etc. debían contar con escupideras 
				higiénicas indicando expresamente la prohibición absoluta de 
				escupir en el suelo; en cuanto a los retretes debían estar 
				esmeradamente limpios y desinfectados en las estaciones de 
				enlace y, en aquellas en las que los trenes correos tuvieran 
				paradas ordinarias superiores a quince minutos, los servicios 
				debían limpiarse por lo menos tres veces al día. En el caso de 
				estaciones con menos movimientos la desinfección se realizaba 
				dos veces al día.
				
El servicio sanitario de las compañías debía inspeccionar las 
				fondas, restaurantes y cantinas en lo referido a la calidad de 
				los alimentos y bebidas. Las autoridades jurisdiccionales eran 
				encargadas de inspeccionar la ejecución de este tipo de 
				servicios y podían intervenir si se consideraba procedente.
				
Otra instalación que debía ser vigilada en cuanto a limpieza y 
				desinfección eran los dormitorios para el personal, establecidos 
				en algunas estaciones y las habitaciones que ofertaban para los 
				viajeros en algunas fondas de estación.
				
Este reglamento se complementaba con lo establecido en el 
				Reglamento Orgánico de Sanidad Exterior (1917) en el que se 
				establecía que la sanidad exterior tenía por objeto impedir la 
				importación en territorio español de las enfermedades 
				infecciosas, así como la exportación de las mismas. En varios 
				artículos del reglamento se establecían algunas pautas 
				relacionadas con los ferrocarriles, algunas ya estaban recogidas 
				en el reglamento sanitario, pero abundaba en otras. Por ejemplo 
				la obligación de instalar escupideras en los puntos con mayor 
				presencia de público y la obligatoriedad de prohibir escupir en 
				el suelo; y el establecimiento de un procedimiento claro para la 
				desinfección de los coches, vagones e instalaciones. Debía 
				asegurarse la potabilidad y desinfección de las aguas para la 
				bebida tanto de los viajeros como del personal y cuando éstas se 
				vendieran en fondas, cantinas y puestos de las estaciones debía 
				vigilarse la purificación de las mismas.
				
Los jefes de los servicios sanitarios debían dar cuenta a la 
				inspección general de sanidad del estado de salubridad de sus 
				líneas respectivas, el informe debía realizarse como mínimo dos 
				veces al año. Las Compañías debían asegurar el correcto 
				cumplimiento del reglamento, y dadas las responsabilidades que 
				esto conllevaba las empresas revisaban en profundidad todos sus 
				cometidos. En su tramitación establecieron algunas alegaciones 
				ya que en algunos casos no quedaba claro cuáles eran competencia 
				de las compañías ferroviarias y cuáles eran propias de las 
				administraciones. Es el caso de la salubridad de las aguas, que 
				las empresas consideraban como competencia de las autoridades 
				municipales ya que las empresas no contaban ni con los medios 
				suficientes, ni con la potestad para la vigilancia requerida.
				
En cualquier caso 
				esta cuestión fue una preocupación constante, 
				tanto para las autoridades sanitarias, como para las compañías. 
				De hecho, algunas de las instalaciones y atribuciones 
				inspectoras que se establecían para las compañías se venían 
				ejecutando con anterioridad a este reglamento.
				
En aras de intentar frenar la propagación de epidemias se 
				estableció la necesidad crear algunas instalaciones que 
				sirvieran para la inspección y desinfección de los trenes de 
				viajeros y mercancías, instalaciones que debían ubicarse en 
				zonas fronterizas, el ejemplo más significativo es 
				la estación 
				sanitaria de Port Bou en la frontera francesa. En 1908 la 
				Compañía MZA inicia los trámites para la construcción de la 
				misma, propuesta que es aceptada por la Inspección General de 
				Sanidad Exterior en 1909.
				
El proyecto incluía un pabellón para la Inspección, otro 
				pabellón de retretes, con dos cuartos de baño, y dos pabellones 
				de desinfección, uno para viajeros y pequeños bultos, y otro 
				para equipajes y mercancías. El proyecto, del arquitecto Ricardo 
				Velázquez, ubicaba el pabellón de inspección sobre la 
				prolongación del andén, en el lado de Francia, y el destinado a 
				la desinfección de mercancías sobre el último muelle descubierto 
				construido a continuación de la aduana, hacia la parte de 
				España.
				
Según el convenio firmado con el Ministerio de Gobernación, 
				responsable directo de la inspección de sanidad exterior, la 
				Compañía MZA se encargaría de la conservación y reparaciones 
				necesarias en los pabellones, así como de la limpieza y 
				vigilancia de los mismos, a cambio recibirían una compensación 
				económica.
				
A partir de la puesta en marcha de la estación en 1909, se 
				hicieron diversas modificaciones y ampliaciones, se realizó la 
				instalación de estufas de desinfección y la construcción de un 
				lecho de bacterias en el pozo de Moura para evitar la infección 
				de las aguas. En 1910 se instaló en el pabellón de inspección, 
				que también hizo las funciones de enfermería, un laboratorio 
				bacteriológico y un almacén para conservar y custodiar los 
				aparatos delicados y de valor.
				
En estas mismas fechas se solicitó la instalación de una estufa 
				de desinfección y de una cámara de gases independiente del 
				pabellón, ambas instalaciones se construyeron en un pabellón 
				aparte, el pabellón de desinfección junto al edificio de 
				inspección. 
				
En 1911, ante la amenaza de la epidemia de cólera que se 
				extiende por Europa, el Ministerio de Gobernación junto con las 
				compañías ferroviarias, establecen un procedimiento normativo 
				para luchar contra la epidemia. Se consensua la necesidad de que 
				la inspección general de sanidad exterior, de acuerdo con las 
				compañías, designase las estaciones de cada una de las líneas 
				que debieran contar con un servicio sanitario especial y la 
				obligatoriedad de que los trenes en marcha dispusieran de 
				inspecciones ambulantes en los trenes para realizar la 
				vigilancia necesaria. En este contexto se decide que el edificio 
				de desinfección se convierta de manera transitoria en un 
				lazareto para infecciones coléricas.
				
La gestión de las epidemias en el mundo del transporte estaba 
				bien asentada en el caso del transporte marítimo y su 
				experiencia fue adoptada en muchos aspectos por el transporte 
				ferroviario.
				
Hasta finales del siglo XIX, el transporte marítimo fue uno de 
				los mecanismos de difusión de enfermedades infecciosas, un 
				sistema de expansión de epidemias y pandemias. El transporte de 
				mercancías y pasajeros desde puntos muy distantes y en 
				condiciones precarias, con el hacinamiento en espacios pequeños 
				permitían que los contagios fueran frecuentes. 
				
La gran epidemia de la peste negra en 1345, azotó a la población 
				de todo el mundo produciendo una mortalidad de las tres cuartas 
				partes de la población. La ineficacia de las medidas adoptadas 
				llevó en 1377 a las autoridades de Ragusa (hoy Dubrovnik) a 
				adoptar por primera vez la cuarentena en los barcos como medida 
				de protección, prohibiendo la entrada de los barcos procedentes 
				de zonas infectadas durante un periodo de 40 días. 
				
En el siglo XV se sucedieron epidemias de peste, por lo que en 
				1403 se construyó el primer lazareto en Venecia en Santa María e 
				Nazaret, como un lugar dedicado al aislamiento y cuarentena de 
				tripulaciones y mercancías sospechosas de enfermedades 
				contagiosas.
				
Adoptaron el nombre de lazareto como continuidad a la 
				denominación de los establecimientos destinados al aislamiento 
				de leprosos enfermos de San Lázaro. A partir de ese momento se 
				generalizó este tipo de construcciones donde las tripulaciones 
				pasaban cuarenta días y las mercancías eran sometidas a un 
				proceso de aislamiento y oreo. En España el mejor ejemplo de 
				este tipo de construcciones el lazareto de Mahón, construido en 
				1793 una fortaleza sanitaria para aislar lo casos de infección.
				
Este mismo tipo de construcción se empleo en las compañías 
				ferroviarias que construyeron algunas instalaciones de este tipo 
				en algunas estaciones en las que se aislaban y desinfectaban 
				viajeros y mercancías. Normalmente eran muelles de mercancías y 
				casillas construidas para la desinfección. Tenemos constancia de 
				la existencia de un lazareto en la 
				estación de Tocina, en 
				Córdoba y el ya mencionado de Port Bou.
				
Como conclusión podemos ver que las compañías ferroviarias y posteriormente Renfe implantaron en sus redes ferroviarias una serie de instalaciones sanitarias que les permitieron hacer frente a sus obligaciones relativas a la salud e higiene de los trabajadores, así como aquellas que se derivaban de su posición como espacio y servicio público. Muchas de estas instalaciones han ido desapareciendo, según se iba desarrollando el sistema de salud y sanidad pública actual, aunque algunas permanecen para dar los servicios de medicina de empresa que aún son necesarios.







