Cólera
El cólera (Del lat. cholĕra, y este del gr. χολέρα choléra, 
				der. de χολή cholḗ 'bilis') es un tipo de enfermedad infecciosa 
				y epidémica aguda de origen bacteriano, endémica en muchos 
				países, y que actualmente sigue suponiendo una amenaza mundial 
				para la salud pública y un indicador de falta de desarrollo 
				económico y social, calculando los investigadores, según datos 
				de 2019, entre 1,3 millones y 4 millones de casos de cólera 
				anuales y entre 21.000 y 143.000 defunciones por esta causa.
				
				El cólera está causado por la ingestión de la bacteria Vibrio 
				cholerae, normalmente presente en aguas y alimentos contaminados 
				por aguas fecales, y que se transmite a través de estos, siendo 
				el suministro de agua potable y las instalaciones de saneamiento 
				fundamentales para controlar su transmisión.
				
Las enterotoxinas del bacilo Vibrio cholerae provocan un 
				síndrome en los enfermos caracterizado por vómitos repetidos y 
				diarrea intensa con heces líquidas, conocida como colerina, sin 
				apenas causar fiebre, y con un periodo de incubación tras la 
				ingestión de alimentos o agua contaminados de 12 horas a cinco 
				días, que puede causar la muerte por deshidratación en menos de 
				una semana, o incluso en cuestión de horas, si se carece de un 
				tratamiento rápido y adecuado de rehidratación oral o 
				intravenosa, debiéndose administrarse también antibióticos en 
				casos muy graves.
				
La bacteria que provoca el cólera fue descubierta en el año 1883 
				en el curso de una epidemia en Egipto por Robert Koch (1843- 
				1910), médico y microbiólogo alemán considerado como uno de los 
				fundadores de la bacteriología, y que recibiría el Premio Nobel 
				de Medicina en 1905 por su investigación sobre la tuberculosis, 
				cuyo bacilo había aislado e identificado en el año 1882. 
				
Antes del descubrimiento del bacilo causante del cólera por 
				Koch, que junto a sus colaboradores logró aislar la bacteria en 
				cultivo puro y demostrar que el agua de consumo contaminada era 
				la vía de transmisión del patógeno, colaborando en la 
				implantación de sistemas de filtración del agua que permitieron 
				controlar los brotes de cólera a partir de entonces, las curas y 
				actividades profilácticas propuestas no tenían una base 
				científica sólida, propia del desarrollo científico de la época, 
				siendo frecuentes las sangrías, las lavativas emolientes y 
				mucilaginosas, y otras prácticas de escasa eficacia.
				
Esta enfermedad, endémica desde tiempos antiguos en Asia y más 
				concretamente en la zona de la India, llega a Europa por primera 
				vez entre los años 1817 y 1823, y a partir de entonces la 
				azotará con sucesivos brotes epidémicos a lo largo de todo el s. 
				XIX, causando millones de muertos, de los cuales se calcula que 
				entre 300.000 y 800.000 fallecieron en España durante los cinco 
				grandes brotes sucesivos sufridos en los periodos de 1833-1834, 
				1853-1856, 1865-1866, 1885-1886 y 1890-1891.
				
Dado la alta mortandad y el rápido avance del cólera por Europa, 
				que tras el dar el salto de Rusia a Polonia en 1831, había 
				llegado a Inglaterra en octubre de ese año, y después a Francia 
				en marzo de 1832, en España a partir de mayo de 1832, la Junta 
				Suprema de Sanidad, cabeza de las juntas de sanidad existentes 
				en las provincias fronterizas o costeras hasta las Capitanías 
				Generales y organismo máximo encargado de proteger al reino 
				contra la entrada y propagación de epidemias, adoptó y vigiló la 
				correcta aplicación de las medidas sanitarias preventivas usadas 
				desde el s. XVIII para contener enfermedades contagiosas, como 
				la fiebre amarilla procedente de América. Estas medidas se 
				enfocaban al estricto control del tránsito comercial terrestre y 
				sobre todo marítimo, y consistían básicamente en la creación de 
				cordones sanitarios y 
				cuarentenas en los lazaretos, en la habilitación de hospitales y otras instalaciones, y en una 
				ligera mejora de las condiciones higiénicas de las ciudades. 
				Además, a partir de febrero de 1833, cuando ya existía cólera en 
				Portugal, se crearon juntas municipales en los pueblos próximos 
				a la frontera, que aplicaron cuarentena a los viajeros, y 
				expurgo, ventilación y fumigación a los efectos materiales y 
				mercancías en tránsito.
				
Por su parte, la medicina española dedicó sus esfuerzos a 
				conocer la nueva enfermedad para poder establecer las medidas 
				higiénico-sanitarias más útiles para su control y prevención. 
				Gracias a ello, a partir de 1832-1833 se disponía de una amplia 
				información y literatura científica sobre el cólera, con 
				publicaciones como el Plan Curativo del Cólera Morbo, etc., 
				similar a cualquier otro estado civilizado de entonces, cuyas 
				recomendaciones concedían una mayor importancia a las medidas de 
				saneamiento e higiene pública, centradas en la eliminación de 
				los focos locales de insalubridad, el alivio de la miseria de 
				las clases populares, la garantía de auxilio médico, la 
				instrucción sanitaria de la población, y en último instancia, a 
				la aplicación de medidas de cuarentena, únicas que aplicó 
				realmente la administración.
				
A pesar de estas medidas de contención, desde Portugal el cólera 
				invade España y el sur de Francia, con tres grandes focos 
				localizados en Galicia, que comenzó en Vigo en febrero de 1833, 
				Andalucía, con casos en Ayamonte y Huelva en agosto de ese año, 
				y Extremadura, iniciada en Badajoz en septiembre. A partir de 
				1834, se extiende a Castilla gracias al movimiento de tropas 
				durante la primera guerra carlista, viéndose afectados lugares 
				como Madrid, Toledo, Guadalajara, Ávila, Burgos y Cuenca, 
				abriéndose también otras vías de contagio a través del 
				Mediterráneo, como Baleares y Tarragona.
				
Tras finalizar este primer brote, se constató que los cordones 
				sanitarios marítimos y terrestres y las restricciones de tráfico 
				no habían arrojado los resultados prácticos esperados de 
				contención, arruinándose la industria y paralizándose las 
				actividades económicas y comerciales. Todo esto causó gran 
				insatisfacción social, y un encendido debate a lo largo de las 
				restantes epidemias del s. XIX sobre la conveniencia de dichas 
				medidas, sobre la necesidad de armonizarlas con las aplicadas en 
				otros países, etc., debate reflejado incluso en publicaciones 
				especializadas en el ferrocarril, como la Gaceta de los Caminos 
				de Hierro, que da cuenta de las pérdidas económicas, de los 
				retrasos en las obras de infraestructura, de la ineficacia de 
				los cordones sanitarios y cuarentenas y demás cuestiones 
				relacionadas con las medidas higiénicas de control de epidemias 
				en muchos de sus números.
				
A lo largo de la primera mitad del s. XIX, se darían diversos 
				intentos de regulación y reforma de la sanidad pública española 
				y sus instituciones, que culminarían con la promulgación del 
				Real Decreto Orgánico de Sanidad de 1847 y de la Ley Orgánica de 
				Sanidad de 1855, fruto del debate intelectual y de una 
				organización más racional de la sanidad, iniciada durante el 
				reinado de Isabel II. Por tanto, se centralizó toda la gestión 
				de la salud pública en la Dirección General de Sanidad y el Real 
				Consejo de Sanidad, dependientes del Ministerio de Gobernación, 
				desapareciendo así la Junta Suprema de Sanidad, y se acometió la 
				reordenación de las juntas provinciales y municipales; la 
				regulación de las cuarentenas, lazaretos y expurgos en cuanto a 
				la sanidad marítima y terrestre; la creación de nuevas 
				instalaciones sanitarias; la reglamentación de los partidos 
				médicos; la organización de la función pública sanitaria; la 
				mejora de la limpieza, salubridad y sistemas de saneamiento de 
				las ciudades; la promulgación del reglamento de inspección de 
				carnes; el impulso a la Beneficencia; la creación del cuerpo de 
				sanidad militar; la fundación de la Cruz Roja Española; y la 
				instrucción higiénico-sanitaria de la población.
				
El segundo brote epidémico de cólera de 1854-1856 afectó a 
				grandes zonas del interior de la península, como Madrid, y para 
				luchar contra él se siguieron los principios fijados por la 
				Real Orden e Instrucciones de Sanidad de 30 de marzo de 1849, junto 
				con las recomendaciones del Congreso Sanitario Internacional 
				celebrado en París entre julio de 1851 y enero de 1852.
				
Serán el tercer, cuarto y quinto de los grandes brotes de cólera 
				en los años 1865-1866, difundido desde Valencia y limitado al 
				levante español en principio pero luego extendido a Barcelona, 
				Andalucía, Zaragoza y Madrid, 1885-1886, uno de los más 
				virulentos, y 1890-1891, junto con otros brotes posteriores de 
				principios del s. XX menos significativos, los que sí afectarán 
				al ferrocarril, nuevo medio de transporte terrestre que había 
				tenido un gran desarrollo desde la segunda epidemia y en el que 
				siempre había existido una gran preocupación por el tema 
				sanitario ante la alta siniestralidad laboral y el elevado 
				número de trabajadores de las plantillas de las compañías 
				ferroviarias, que precisaban una adecuada atención médica dada 
				la dispersión geográfica de las instalaciones y la peligrosidad 
				de su trabajo.
				
Por tanto, los servicios sanitarios de las distintas compañías 
				ferroviarias existentes adoptaron en sus respectivos reglamentos, 
				con especial atención a la gestión de las diversas y sucesivas 
				epidemias, las medidas y recomendaciones higiénico-sanitarias 
				establecidas por el Real Consejo de Sanidad y concordadas con 
				las Conferencias Sanitarias Internacionales de París iniciadas 
				en 1851, que terminarían cristalizando en el Real Decreto e 
				Instrucción General de Sanidad de 12 de enero de 1904, obra del 
				doctor Carlos María Cortezo, que daría lugar a un verdadero 
				entramado organizativo sanitario español que incorporaría todos 
				los avances técnicos en materia sanitaria.
				
En base a las diversas instrucciones, reglas y disposiciones 
				publicadas desde 1866 hasta principios del s. XX por el 
				Ministerio de Gobernación para el control de cólera, las 
				compañías ferroviarias redactaron, por tanto, sus 
				correspondientes instrucciones, circulares, órdenes, etc. y 
				demás reglamentación específica para vigilar y afrontar los 
				posibles brotes de cólera y de otras enfermedades infecciosas 
				entre sus trabajadores e infraestructura.
				
Podemos encontrar así, publicada en 1885, incluyendo ya los 
				conocimientos derivados del descubrimiento del bacilo del cólera 
				por Koch y la identificación de las aguas contaminadas como 
				medio principal de transmisión, la 
				Instrucción sumaria relativa 
				a la precauciones higiénicas que deben adoptarse para la 
				preservación del cólera-morbo-epidémico y primeros auxilios que 
				hasta la llegada del médico se deben prestar a los que fueren 
				invadidos del padecimiento, firmada por el Jefe del Servicio Sanitario de la Compañía de los 
				Caminos de Hierro del Norte de España, Esteban Sánchez de Ocaña, 
				con fecha de 13 de junio de 1885. En ella, se explica primero 
				qué es la enfermedad del cólera-morbo-asiático, síntomas que la 
				caracterizan y las causas que lo provocan, fundamentalmente la 
				suciedad, la falta de ventilación, los excesos en las bebidas y 
				comidas, la falta de limpieza en retretes, el uso de aguas 
				contaminadas y la falta de precaución en el tratamiento y 
				desinfección de las ropas y enseres de los coléricos. Continúa 
				afirmando que, para garantizar un adecuado tratamiento y 
				prevención del cólera, la única medida posible es observar 
				estrictamente el cumplimiento de los preceptos y consejos 
				higiénicos dados en cuanto a las habitaciones, alimentos, 
				bebidas, ropas y vestidos, limpieza personal y primero auxilios 
				y precauciones a adoptar con los enfermos por la epidemia. Estos 
				preceptos apuntados se desarrollan en las siguientes páginas, 
				con especial atención a las medidas de desinfección de espacios 
				como habitaciones y coches de viajeros y de enseres y ropa en 
				general, y a la sección de primeros auxilios que deben prestarse 
				a los coléricos para evitar su empeoramiento hasta la llegada 
				del médico, que podía tardar un tiempo considerable.
				
Todas estas medidas higiénicas de prevención y control del 
				cólera adoptadas por los servicios sanitarios y el resto de 
				departamentos de las compañías de ferrocarriles se mantienen 
				casi sin cambios hasta la primera mitad del s. XX, como puede 
				observarse en la 
				Cartilla sanitaria relativa a las precauciones 
				higiénicas que deben adoptarse para la preservación del 
				cólera-morbo-epidémico y primeros auxilios que, hasta la llegada 
				del médico deben prestar a los que fueren invadidos del 
				padecimiento, publicada por 
				la Compañía del Norte el 19 de septiembre de 1910 y 
				prácticamente idéntica a la Instrucción sumaria relativa a la 
				precauciones higiénicas que deben adoptarse para la preservación 
				del cólera-morbo-epidémico y primeros auxilios que hasta la 
				llegada del médico se deben prestar a los que fueren invadidos 
				del padecimiento antes mencionada; o en la 
				Circular de la Dirección nº 164 de la Compañía MZA de 30 de agosto de 1911, que 
				recoge las reglas para el servicio sanitario de los 
				ferrocarriles en caso de epidemia de cólera dictadas por la Real 
				Orden del Ministerio de Gobernación de 29 de agosto de 1911.
				
También de la Compañía MZA, podemos encontrar, por ejemplo, para cumplimiento del personal y de sus familias las Instrucciones sobre la naturaleza del cólera morbo asiático y medio más convenientes para preservarse de esta dolencia y medicarse en sus primeros síntomas, firmadas por el Médico Jefe del Servicio Sanitario, Luis del Campo, y publicadas en 1911 con motivo de la aparición de casos en algunas localidades de su Red Catalana. El primer punto de las instrucciones se dedica a información genérica sobre el virus, su sintomatología, y el modo de introducción del mismo en el organismo de los afectados por vía de ingesta gástrica, aclarando que puede tocarse al enfermo colérico, así como limpiarlo y estar junto a él, pero con la precaución de lavarse y desinfectarse siempre las manos, así como la ropa en contacto con el enfermo y sus deyecciones, apuntando incluso en nota a pie de página que estas observaciones proceden no sólo de la teoría, sino de su propia experiencia personal durante los casos tratados en las epidemias de cólera en Barcelona de los años 1884 y 1885. Advierte a continuación de las formas principales de contagio por consumo de substancias, líquidos o alimentos contaminados por aguas infectadas, así como por contacto directo con las deposiciones y vómitos de los coléricos o simplemente por el lavado de sus ropas sin aplicar previamente las medidas de desinfección recomendadas, aludiéndose también a las moscas como otro posible agente de contagio.
Continúa con una serie de recomendaciones 
				para evitar el contagio, como no beber directamente de la fuente 
				ni tragar agua de mar en lugares próximos a cloacas, hervir los 
				líquidos y desinfectar los recipientes, evitar las bebidas 
				industriales, sifones y gaseosas, así como las bebidas 
				alcohólicas, lavado de manos antes de comer o liar un cigarrillo 
				y si se está en contacto con un enfermo emplear también una 
				solución desinfectante, evitar alimentos indigestos como ciertas 
				frutas y verduras, abrigar el vientre, etc. Después se tratan 
				los cuidados y auxilios que pueden prestarse a los enfermos en 
				ausencia del facultativo, como meterle en cama, suprimir las 
				comidas, suministrarles tazas de caldo o sustancia de pan, 
				alternando con infusiones de té, hinojo, manzanilla, etc. con 
				algunas gotas de cognac, ron o agua del Carmen para favorecer la 
				transpiración y con la administración de una medicina con base 
				de láudano. Por último, da una serie de recetas para llevar a 
				cabo las medidas de desinfección necesarias en las casas con 
				enfermos de cólera, y apostilla que el servicio sanitario de la 
				compañía proporcionará a los jefes respectivos los medicamentos 
				de uso urgente en cuanto se soliciten, debiendo revisarse los 
				botiquines de todas las estaciones para asegurarse de estar 
				provistos de ellos, y que se contestarán todas las posibles 
				dudas al respecto.
				
Por otro lado, obedeciendo la legislación vigente en materia de 
				sanidad terrestre y de fronteras interior y exterior para 
				impedir la propagación en el territorio español de enfermedades 
				contagiosas, como la recogida en el Reglamento Orgánico de 
				Sanidad Exterior de 1917, las compañías ferroviarias informan a 
				sus divisiones o servicios comerciales de las medidas de higiene 
				establecidas para las epidemias de cólera, como puede observarse 
				en la 
				Circular de la Compañía MZA del año 1910 sobre consejos 
				higiénicos relativos al cólera; así como de la regulación y 
				control del tráfico, fundamentada en la desinfección de 
				estaciones y de viajeros y mercancías procedentes de puntos 
				contaminados, para lo cual se crean también 
				estaciones sanitarias de primera y segunda clase en la frontera 
				con Portugal, como la de Badajoz, Francia, como la de 
				Portbou 
				y Gibraltar, en La Línea de la 
				Concepción, dotadas de instalaciones para la desinfección de 
				viajeros y mercancías e instalaciones sanitarias para la 
				cuarentena; y también de las prohibiciones de importación y 
				entrada en el territorio de diversos géneros y objetos 
				procedentes de esos puntos contaminados, como efectos de uso 
				personal y doméstico usados como ropas de cama, vestidos, etc.; 
				legumbres frescas, verduras y frutos cultivados a raíz de suelo; 
				etc., como dicta el 
				Aviso nº 24 del Trafico del Servicio 
				Comercial de la Compañía MZA de octubre de 1910.
				
Los avances médicos y científicos que se sucedieron a partir del 
				año 1914, considerado como el año del nacimiento de la medicina 
				moderna con base científica, y las paulatinas mejoras sociales y 
				en la salud pública española respecto a las instalaciones de 
				saneamiento, vivienda, acceso al sistema sanitario, etc., 
				permitieron establecer mejores tratamientos médicos y de 
				prevención para los casos cólera, también adoptados en el 
				ferrocarril, disminuyendo su número hasta desaparecer, con la 
				excepción del brote que tuvo lugar en 1971 en la ribera del 
				Jalón y otro brote en 1975 en la comarca de Santiago de 
				Compostela. 
				












